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Gráfico: Milenio.Com

Artículo publicado parcialmente el pasado 8 de noviembre en Milenio Diario, estado de México.

El pasado martes los estadounidenses acudieron a las urnas en las denominadas elecciones de medio términos en Estados Unidos para renovar la totalidad de asientos de la Cámara de Representantes y un tercio de los escaños del Senado. Se eligieron también 35 gobernadores, 46 legislaturas estatales y múltiples puestos de elección popular como alcaldías. Si bien históricamente, el partido que ocupa la Casa Blanca prácticamente en todos los casos pierde fuerza. De hecho, desde 1934 sólo ha sucedido en dos ocasiones lo contrario. La primera durante la administración Clinton en 1998 y en 2002 luego de los atentados del 11 de septiembre durante la administración de George W. Bush. No obstante, el castigo que los electores impusieron al partido demócrata y al presidente Obama en estas elecciones no tiene precedente desde la Segunda Guerra Mundial. En efecto, desde entonces los republicanos no han conseguido una mayoría a tal grado abrumadora en ambas Cámaras pero especialmente en el Senado. Los republicanos contarán con una representación más que suficiente para bloquear las iniciativas de ley propuestas para Obama pero, más importante aún, para comenzar a operar políticamente a favor de la campaña presidencial de 2016 que extraoficialmente pero en términos reales comenzó apenas terminado el también llamado Super Martes.

Hay un cúmulo de razones que explican este duro golpe contra la administración Obama. Para algunos sectores demócratas, Obama no se alineó suficientemente hacia la izquierda. Para el resto, abrazó completamente esa postura. En uno y otro caso, tanto las fuerzas políticas como la opinión pública censuraron un pobre desempeño económico aún en el contexto de la recuperación luego de la crisis del 2008-2009, el incumplimiento de ofertas de campaña que van desde una reforma migratoria hasta la portación de armas de fuego, la limitación al dinero privado en las campañas electorales, entre otras, el pobre manejo de crisis de seguridad nacional como las asociadas al actual brote de Ébola así como una política exterior que, para algunos, propició la expansión de grupos terroristas radicales como el denominado Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIS) y el impasse actual en la guerra civil siria. Al descontento con la situación general del país se sumó también la animadversión de ciertos sectores contra políticas torales de la administración Obama (el Obamacare especialmente) y un contexto político especialmente adverso con el surgimiento de nuevos e importantes liderazos republicanos como el del senador por Kentucky Rand Paul, uno de los más sólidos contendientes en la próxima carrera presidencial. Para muchos analistas, a pesar de la marginalidad del voto latino en elecciones intermedias, este resultado electoral podría ser el peor para la aprobación de la prometida reforma migratoria. No obstante, hay varias razones por las que este resultado podría de hecho facilitarla.

En primer lugar, la mayoría demócrata en el Congreso no bastó para aprobarla desde 2009 cuando, de hecho, fue prometida por el Presidente. Pero esta derrota ha provocado, entre otras cosas, que Obama recupere el tema y señale que se acaba el tiempo. Lo que le preocupa al Presidente es, por ejemplo, que los republicanos deseosos de obtener el voto hispano en las próximas elecciones presidenciales trabajen en su propia versión de la reforma migratoria. Después de todo, el voto o la abstención de castigo de un gran número de hispanos hizo una importante contribución a este resultado. @AdriGlezCar

Foto: AFP y zocalo.com.mx

Artículo publicado parcialmente el pasado  5 de octubre  en Milenio Diario, estado de México 

A mediados de semana tuvo lugar un acontecimiento poco visto en la historia reciente de los Estados Unidos que amenaza con tornarse en una crisis financiera y eventualmente en una recesión peor que la originada en 2008. Luego del fracaso en las negociaciones para la extensión temporal del presupuesto por parte de los republicanos que dominan la Cámara de Representantes y los demócratas en el Senado, la administración pública cerró labores. El primer minuto del martes, hora de Washington, comenzó esta parálisis fiscal y burocrática donde la mitad de los 2.1 millones de empleados federales han suspendido sus labores mientras la otra mitad seguirá trabajando –el personal federal con funciones esenciales como la seguridad pública, la salud, aduanas, el servicio postal entre otros- sin percibir salarios y tan sólo bajo la promesa de un pago retroactivo de los mismos.

La parálisis es el resultado de un diferendo político que ha arrastrado al país a una crisis de proporciones aún insospechadas por las pocas posibilidades de ser resuelto en el corto plazo, a diferencia de su antecedente inmediato en diciembre de 1995. Por un lado, el presidente Obama y los demócratas han venido promoviendo agresivas políticas de gasto social y concretamente una reforma sanitaria –la denominada Obamacare- que se ha convertido en el sello característico de esta administración. Por el otro, algunos representantes del Partido Republicano, especialmente el grupo radical conocido como “Tea Party” defiende la idea de un gobierno que gaste menos, que elimine programas asistencialistas y se opone rotundamente a la entrada en vigor de la Obamacare que es ya una realidad. Mientras los primeros se oponen a discutir con los republicanos cualquier posibilidad de dar marcha atrás en la reforma sanitaria, los segundos advierten que no habrá presupuesto público. Sin duda, el conflicto tiene una importante vertiente electoral que si bien anticipada a los tiempos legales advierte ya una competida contienda política en los años por venir.

Los daños a la economía de Estados Unidos son evidentes pero también los que empiezan ya a sentirse en la economía mundial. El Departamento del Tesoro ha advertido ya que la suspensión de pagos –que podría tener lugar a mediados de mes- puede ser catastrófica al grado de desploma el dólar, paralizar los mercados de créditos y hacer aumentar exponencialmente las tasas de interés en Estados Unidos. Ante ello, los mexicanos parecemos no estar suficientemente conscientes de las consecuencias negativas que esto podría significar para la economía nacional. En primer lugar, la prensa en general, con notables excepciones, ha mostrado su cara más parroquiana al no dar la importancia debida a esta información. En segundo lugar, la crisis presupuestaria más grave de los Estados Unidos en las últimas décadas –esto a pesar de que en la historia de Estados Unidos haya sucedido esto ya al menos en unas 17 ocasiones- no ha merecido una declaración pública del Gobierno Mexicano. De prolongarse la crisis, México verá necesariamente reducirse su tasa de crecimiento de la mano de una reducción importante de las exportaciones y de los ingresos vía remesas. No obstante, como en muchos de los temas que nos vinculan con los Estados Unidos, las autoridades federales aún no toman decisiones y prefieren adoptar el silencio por política. Ojalá se estén planteando ya, con seriedad, la necesidad de un plan para sortear lo que puede ser una nueva y profunda crisis económica. @AdriGlezCar

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