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Artículo publicado el pasado 28 de diciembre en Milenio Diario, Estado de México
Varios frentes fríos, como se denomina en la meteorología a estos fenómenos, fueron los responsables de que miles de habitantes en Tabasco, Chiapas y Veracruz, principalmente, pasaran Nochebuena y Navidad con viviendas, negocios y calles totalmente anegadas por las lluvias mas intensas del año. Mientras escribo estas líneas leo que la Comisión Nacional del Agua pronosticó para el viernes 27 un reforzamiento del Frente Frío número 20 que podría extenderse desde la península de Florida hasta el Sur del Golfo de México afectando gravemente a la mayor parte del estado de Tabasco, la región noroeste de Chiapas y algunos municipios de Veracruz con precipitaciones de alto volumen. En plena navidad, cientos de familias fueron evacuadas y llevadas a albergues. Las temperaturas bajaron también notablemente en todo el país y, en consecuencia, la Secretaría de Marina debió activar el “Plan Marina” y la Secretaría de la Defensa Nacional el DN-III para la prevención, auxilio y recuperación por los estragos causados. El 2013, en efecto, fue un año especialmente crítico para nuestro país en materia de ciclones, huracanes y sismos. De entrada, la interacción entre el huracán Ingrid en el Golfo de México y la tormenta tropical Manuel en el Pacífico volvieron a septiembre, por primera vez desde hacía décadas, el mes más lluvioso del año. A consecuencia de ello, la costa de Acapulco y muchas otras del estado de Guerrero atestiguaron una devastación sin precedentes. En el Pacífico, la temporada de ciclones fue profusa y se formaron decenas de huracanes.
Sin duda, hay acciones gubernamentales que podrían reducir el sufrimiento que causan estas catástrofes naturales. Pero cometeríamos un error si nos ocupamos tan sólo de la dimensión local o nacional de estos desastres. Pero lo cierto es que las recientes inundaciones en México apenas son un botón de muestra de un fenómeno auténticamente global. Las inundaciones registradas en Dominica, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas han sido a tal grado dramáticas que la Organización de Estados Americanos comienza a ocuparse de coordinar una respuesta hemisférica. En efecto, se trata de los embates, cada vez más profundos, del cambio climático. De acuerdo con científicos de la talla de Francis Zwiers, existe una correlación entre los niveles de gases de efecto invernadero y las fuertes precipitaciones que viene experimentando el planeta. Sin duda, ni el alcantarillado ni el sistema de aguas, ni prácticamente ningún sistema de protección civil en el planeta está preparado para enfrentar lluvias torrenciales como las que se esperan si el medio ambiente sigue deteriorándose. Más aún, de acuerdo con un informe reciente de la organización Nature Climate Change, las ciudades portuarias y ribereñas tendrán un riesgo nueve veces mayor al actual en materia de inundaciones mismas que le costarán al mundo unos 52 mil millones de dólares en el 2050. Hoy más que nunca necesitamos respuestas coordinadas por la comunidad internacional para hacerle frente a este desafío. De ahí la importancia de que México sea la sede, en 2014, de la Cumbre Mundial de Legisladores de GLOBE, una organización encomiable para el combate al cambio climático y la promoción del desarrollo sustentable. @AdriGlezCar
Con todo, lo emprendido hasta ahora parecía estar muy lejos de satisfacer la apremiante necesidad de atajar un problema tan extendido y complejo. En efecto, la llamada esclavitud del siglo XXI se ha reflejado en nuestro país con formas y dimensiones indignantes que pasan por las distintas fases de origen, tránsito y destino de personas víctimas de la explotación sexual y laboral. De acuerdo con información de la Coalición Regional contra el Tráfico de Mujeres y Niñas en América Latina (CATWALC, por sus siglas en inglés), México es no sólo el quinto país de la región latinoamericana con el mayor número de víctimas de este delito, sino uno de los que mayor riesgo corren frente a la expansión de redes nacionales y transnacionales del crimen organizado dedicadas a este aberrante negocio. Peor aún, dos coyunturas confluyen para agravar la vulnerabilidad de nuestro país frente a estas prácticas. Por un lado, la crisis económica internacional y, por el otro, la lucha frontal que el Estado Mexicano mantiene contra el narcotráfico han terminado por generar un proceso de diversificación de las organizaciones criminales que encuentran en la trata de personas una alternativa para seguir delinquiendo y obteniendo recursos cuantiosos para financiarse. Concretamente, los estados de la frontera norte y la frontera sur, así como aquellos que colindan con el Océano Pacífico concentran la mayor parte de los problemas relacionados con la trata de personas y la explotación. Todos los días, estas redes criminales desafían al Estado Mexicano, compran funcionarios de los tres niveles de gobierno, controlan complejos esquemas logísticos para su operación y sustentan económicamente muchas otras actividades delictivas. No hay que olvidar que se trata, según la Organización de las Naciones Unidas, del tercer negocio ilícito más redituable en el mundo, justo después del tráfico de drogas y armas, puesto que sus ganancias ya rebasan los 30 mil millones de dólares anuales.
Con aproximadamente 200,000 víctimas anuales de la trata de personas –y 2 de cada 10 siendo menores de edad según datos de organizaciones no gubernamentales- , nuestro país está obligado a diseñar y emprender nuevos mecanismos que desarticulen a estos grupos criminales y que reduzcan sensiblemente la incidencia de este fenómeno global. Frente a la magnitud del desafío, el Programa Nacional para prevenir y sancionar la trata de personas publicado el jueves pasado en el Diario Oficial de la Federación, llega a cubrir un vacío fundamental en términos de la coordinación y colaboración de los sectores público, privado y social. Si bien el Programa se establece como encomienda de la Ley promulgada en 2007, va mucho más allá de lo que originalmente suponía un ejercicio de esta naturaleza. El programa formula un total de 58 líneas de acción fundamentalmente relacionadas con campañas de sensibilización, prevención y denuncia del delito, con el diseño y puesta en marcha de un sistema para la búsqueda sistemática de personas desaparecidas, y que se presuma estén en una situación de este tipo, así como una serie de políticas públicas con el objetivo de colocar este tema en un nivel de alta prioridad entre las tareas de esta administración. Más aún supone la elaboración de un nuevo y profundo diagnóstico sobre las dimensiones y manifestaciones actuales de esta práctica, el establecimiento de un código de conducta que comprometa a los medios de comunicación a no difundir, transmitir ni publicar anuncio que pueda tener que ver con trata y la celebración de un Convenio marco con los estados de la Federación para la plena armonización de legislaciones locales. De hecho, entre sus ambiciosos objetivos, se contempla armonizar las leyes de todas las entidades del país, aumentar el número de integración de averiguaciones previas a por lo menos el 80% así como aumentar sustancialmente el número de campañas mediáticas sobre el particular.
El programa también prevé el desarrollo de herramientas de capacitación y formación para los servidores públicos de los tres ámbitos de gobierno en materia de derechos humanos, prevención de la trata de personas y delitos relacionados, así como la implementación de procedimientos ágiles y seguros de acceso a la justicia, coordinación de las procuradurías para la persecución y sanción del delito y de concientización para asegurar que los centros de salud atiendan y orienten a las personas en situación de trata para acudir a las distintas instancias de procuración de justicia. Más aún prioriza como el grupo más vulnerable entre los vulnerables a la infancia. Por tanto, establece una serie de políticas encaminadas a denunciar posibles conductas asociadas al delito de trata de niños, promoviendo la denuncia entre proveedores de servicios como transportes y hospedaje, a impulsar una plena armonización del marco jurídico nacional con respecto a la Convención sobre los derechos del niño y a implementar una amplia campaña de difusión en este sentido. Y es que, de acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), cada año son explotados entre 16 mil y 20 mil niños y niñas en el país.
Finalmente, el Programa no es omiso con respecto a la necesidad de establecer sistemas de cooperación internacional para la persecución de este delito. Como parte sustancial del mismo, se establece el intercambio de información con otros países sobre mejores prácticas para prevenir y sancionar, así como reforzar el intercambio de información de inteligencia, de acuerdo con la legislación internacional vigente.
Se trata de un paso sólido en la dirección correcta que deja atrás años de inacción, indolencia e indiferencia con respecto a este grave asunto de seguridad nacional. El Programa supone un avance sustancial que hoy le permite al gobierno mexicano reconocer que nuestro país se ha convertido en un país de tránsito, origen y destino de víctimas de trata y, en consecuencia, asumir con plenitud su responsabilidad en la erradicación de este delito así como en la generación de las condiciones óptimas para su prevención. Por supuesto que en esta empresa, como en muchas otras, los gobiernos estatales tienen mucho que aportar. De entrada parece inverosímil que tan sólo seis estados –Chiapas, Distrito Federal, Nuevo León, Tabasco, Tlaxcala e Hidalgo- cuenten con legislación especializada en la materia mientras que sólo 12 estados cuentan con una legislación que busca armonizarse con el Protocolo de Palermo, el principal mecanismo internacional para atender, prevenir y sancionar la trata.
Artículo publicado el pasado 8 de enero en Milenio Diario, estado de México