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Estudiantes y ‘dreamers’ | Foto: http://www.laopinion.com AP

El pasado proceso electoral en Estados Unidos dejó, como ya lo comentábamos la semana pasada, una lección importante sobre el voto latino y el mandato recibido en las urnas a favor de una reforma migratoria. Tras cuatro años de frustración por una promesa incumplida en este sentido, así como por la crisis económica que eclipsó cualquier otro tema, parece que la alineación política es favorable cuando menos a relanzar el debate migratorio. Los saldos de la elección dejan, por un lado, al Presidente Obama y su partido con una deuda importante hacia el electorado latino –que lo apoyó decididamente- y, por el otro, al Partido Republicano desesperado por recuperar el apoyo perdido así como por remontar su creciente descrédito entre  las comunidades que reaccionaron a la agenda anti-inmigrante del denominado Tea Party. El apoyo latino al Partido Republicano cayó del 44% al 27% entre el 2004 y el 2012. Ni siquiera la política de deportaciones del Presidente Obama o la inmovilidad del Congreso Federal sobre este tema pudo detener un voto de castigo tan severo. En palabras de un analista, en el fondo no es que ninguno quiera la reforma sino que, en gran medida, ambos la necesitan.

Contra toda predicción, no fue necesario esperar al cambio de administración ni al próximo periodo de sesiones del Congreso, con una nueva Cámara de Representantes, para ver esta nueva realidad política reflejarse en propuestas y posicionamientos importantes. Primero fue John Boehner, el líder de la Cámara de Representantes, quien afirmó que era momento de abordar la reforma migratoria y exhortó al Presidente Obama a presentar una iniciativa para regularizar a los casi 11 millones de indocumentados que viven en Estados Unidos. Luego tocó el turno a dos Senadores estadounidenses, el demócrata Chuck Schumer y el republicano Lindsey Graham, quienes comenzaron a promover en noticiarios dominicales una propuesta similar cuyas negociaciones se suspendieron hace dos años. Se trata de un anteproyecto de reforma migratoria que, según sus autores, tiene el potencial para obtener el apoyo bipartidista que necesita para aprobarse. El anteproyecto incluiría, entre otros componentes, una fórmula para regularizar a los inmigrantes indocumentados, actualmente en territorio estadounidense, así como el establecimiento de una ruta hacia la ciudadanía. No es poca cosa ya que más que el Presidente –aún si un segundo mandato favorece políticas y posiciones más libres de los cálculos electorales- el Congreso es el actor clave en este proceso. En los medios de comunicación estadounidenses esta atmósfera entusiasta hacia una reforma migratoria parece también verificarse. De acuerdo con encuestas de salida efectuadas el martes de la elección presidencial, 65% de los electores encuestados favorecen la legalización de los inmigrantes indocumentados lo cual representa más del doble de quienes respondieron que deben ser deportados. Más aún, cifras dadas a conocer recientemente dan cuenta que incluso entre los votantes republicanos, la mitad favorece una reforma migratoria.

Sin embargo, aún estamos lejos de poder echar campanas al vuelo. Es verdad que esta coyuntura favorable debiera ser aprovechada al máximo por todos los actores involucrados, incluida la Diplomacia Mexicana. Pero también es cierto que no es la primera vez que una reforma migratoria se quede en buenas intenciones. Habrá que celebrar, por ahora, que el debate está de vuelta en la agenda pública y redoblar esfuerzos para que se mantenga ahí. De por sí, éste es ya un desafío formidable para los nuevos gobiernos recientemente electos en Estados Unidos y en México.

Artículo publicado el 17 de noviembre de 2012 en Milenio Diario, estado de México

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