Luis Felipe Bravo Mena

Ya lo decía recientemente Juan José Rodríguez Prats, el panismo mexiquense tiene una larga trayectoria en la que abundan éxitos y, como resultado de la condición humana en la actividad política, algunos fracasos, más bien recientes. Durante las elecciones pasadas en la entidad, el PAN registró un severo voto de castigo y, en consecuencia, abrió un amplio proceso de reflexión sobre lo que toca a los panistas hacer para recobrar plenamente la confianza ciudadana. Entre otras lecciones, destaca la de recuperar nuestros orígenes. Esto supone recuperar nuestro ideario, nuestra forma distintiva de hacer política y los principios que han orientado nuestra lucha democrática por décadas. Frente a la amenaza del adversario -un priísmo anclado en el pasado, hundido en un océano de corrupción, enraizado en lo peor de las tradiciones corporativas y autoritarias del antiguo régimen que han entorpecido el desarrollo del estado de México- Acción Nacional debe abanderar una agenda de cambio radical.

Para ello, se necesita un liderazgo con una trayectoria irreprochable dentro del partido, con un trabajo sólido y congruente entre la militancia, con una amplia experiencia y, primordialmente, con calidad moral y profundas convicciones de carácter ético. Luis Felipe Bravo Mena es, por mucho, la personalidad que reúne todos estos rasgos. Por un lado, se trata de un político que se formó en el panismo de los años ochenta, aquel que en condiciones adversas se mantuvo como oposición firme a un régimen que parecía entonces inquebrantable. Fue hombre del Maquío Clouthier en Sinaloa en 1986 y luego un cercano colaborador del entonces candidato presidencial en 1988. Junto con otros muchos hombres y mujeres valientes fue un protagonista del proceso de transición democrática que vivió nuestro país y eso acredita no sólo su compromiso con este ideario sino su amplia experiencia enfrentando a los dinosaurios que se resisten a dejar el poder. En suma, Bravo Mena es la antítesis del político improvisado, del pragmático que aprovecha las coyunturas favorables. Todo lo contrario, es un hombre acostumbrado a la adversidad, al sacrificio, y a la lucha a ras de suelo. Esa fue la tónica de las campañas de 1993 por la gubernatura de la entidad, por la presidencia municipal de Naucalpan y las que lo llevaron a ser electo Diputado Federal y Senador en 1994.

Por otro lado, Luis Felipe ha sido congruente durante toda su carrera política. Nunca ha militado en otro partido político. Nunca ha dejado atrás sus convicciones. Nadie puede señalarle algún capítulo oscuro en su pasado, su integridad está fuera de duda y siempre ha predicado con el ejemplo. Nada más ajeno a Luis Felipe que esos políticos camaleónicos que cambian el color de su piel según las circunstancias. Militando desde abajo, fue electo a la más alta responsabilidad partidista a que un panista pueda aspirar y se convirtió en el Presidente Nacional del PAN en 1999 por dos periodos consecutivos. Su exitosa gestión al frente del partido fue crucial para el aplastante triunfo de Vicente Fox en el 2000 y, en consecuencia, para hacer posible el sueño del Maquío, de Gómez Morín y de todos quienes se entregaron en esta brega de eternidad por la democracia y la alternancia.

Finalmente, Luis Felipe es un mexiquense de toda la vida. Aunque nació en Guanajuato, ha vivido prácticamente toda su vida adulta en el estado de México. Conoce mejor que nadie el estado y sus 125 municipios, conoce sus problemas y los ha vivido en carne propia. Es un mexiquense reconocido y querido por sus vecinos, un padre de familia entrañable y un ciudadano ejemplar.

Por todas estas razones, Luis Felipe Bravo Mena es no sólo el mejor candidato para representar al Partido Acción Nacional en las próximas elecciones del 3 de julio sino, si la ciudadanía se decanta por ella, el candidato idóneo para apuntalar la Alianza opositora que podría echar al PRI del Palacio de Toluca.

Artículo publicado el 12 de febrero en Milenio Diario, estado de México