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Foto: tn.com.ar

Artículo publicado parcialmente el pasado 15 de agosto en Milenio Diario, estado de México

Adriana González Carrillo | Diputada Federal

Por si no fuera suficiente con la desaceleración económica global que afecta severamente el crecimiento mexicano así como los bajos precios del petróleo que amenazan con reducirse aún más a partir de la reincorporación de Irán a los mercados petroleros internacionales, China tomó una decisión de política monetaria que podría tener un impacto aún más negativo para nuestra política comercial. Me refiero a las tres devaluaciones que en menos de 72 horas sufrió el yuan como medida del Banco Central Chino para estimular la economía y volver más competitivas sus exportaciones.  Se trata de la mayor devaluación en dos décadas (con una depreciación del 4.5%) y sucede tras la caída sostenida de las ventas al extranjero de China, una potencia económica preocupada por mantener el valor de su moneda para evitar la fuga de capitales y la pérdida de dinamismo en sus intercambios comerciales. Evidentemente, la medida entraña elementos positivos para la economía mundial en su conjunto. Desde la perspectiva occidental, hay un aplauso generalizado por lo que supone dejar que el mercado fije libremente el tipo de cambio del yuan frente al resto de las monedas internacionales. Una medida como la adoptada es clave para que el yuan sea incluido en la cesta de divisas del Fondo Monetario Internacional y, por tanto, para que participe en las grandes ligas de las finanzas mundiales.

El principal problema es que el tamaño de la economía china provoca que el grado de afectación de cualquier transformación radical de su política monetaria sea realmente monumental. Otro asunto relevante tiene que ver con que para algunos inversionistas los imperativos del crecimiento de la economía china, que necesita urgentemente rebasar el umbral del 7% anual, podría no ser la única causa de la devaluación. El riesgo es que más allá de las repercusiones comerciales, la depreciación del yuan pueda alargarse en el tiempo desatando lo que los economistas llaman una guerra de divisas. Tampoco resulta impensable que China, al observar una fuerte desaceleración en su producción, esté buscando lo que se denomina una política de empobrecer al vecino volviéndose un exportador más competitivo al reducir los costos mientras encarece los de importación para proteger su mercado interno. En todo caso, la medida supone malas noticias para la economía mexicana. El abaratamiento de las exportaciones chinas implica una mayor competitividad frente a las manufacturas mexicanas especialmente en los rubros donde ambos disputan mercados importantes como los de computadoras, equipo eléctrico y maquinaria. Aunque es claro que no se verán efectos en el corto plazo en México, a largo plazo hay aún otros riesgos. Sobresale el de que los productores mexicanos comiencen a importar más productos chinos debido a los bajos precios de éstos lo cual afectaría gravemente a la pequeña y la mediana empresa nacional.

Desde luego que hay un cúmulo de medidas que tanto el Banco de México como el gobierno federal debieran implementar para hacer frente a este desafío. Es tiempo de entender que vienen tiempos difíciles y que urge invertir fuerte en al menos tres aspectos centrales para enfrentarlos: la educación en ciencia, tecnología e innovación, una nueva reforma fiscal que estimule la generación de empleos de calidad y una transformación integral del sistema de justicia que promueva un entorno de confianza empresarial.  @AdriGlezCar

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