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Foto: milenio.com

En ocasión del Centenario de la Revolución Mexicana, vale la pena recuperar una historia que no siempre recibe la atención debida en el grueso de las narrativas sobre este importante acontecimiento histórico. Me refiero concretamente al papel que las mujeres desempeñaron en este movimiento social y político que sacudió a nuestro país en 1910 y que determinó, en buena medida, la construcción de instituciones y la ingeniería constitucional y política del México moderno. La amplia movilización social que se registró desde distintas regiones del país, convocó a hombres y mujeres por igual. Sin embargo, las mujeres hicieron aportaciones de gran valía desde distintas posiciones de resistencia y lucha armada, política y simbólica, contra la dictadura porfirista.

En una primera dimensión, y por su carácter ampliamente popular en la cultura de la época, destacan las mujeres que tomaron las armas. Las denominadas soldaderas sostuvieron, según recuentos historiográficos, la moral y la supervivencia de los ejércitos revolucionarios. Ya fuera en las milicias zapatistas o villistas, las mujeres asumieron no sólo las mismas responsabilidades militares que sus compañeros varones sino que, sin ellas afirma Elena Poniatowska, los soldados no hubieran comido, ni dormido, ni peleado. Según Poniatowska, las soldaderas tenían muchas tareas: “cuidaban, vestían y alimentaban a sus soldados, cargaban metates, trincheras, pólvora y a sus hijos si es que tenían”.

En efecto, en buena parte de las fotografías, novelas, corridos y litografías de la época se advierte un gran protagonismo femenino. Fueron soldaderas, ocupando a veces el lugar del marido muerto o haciéndose pasar por hombres con tal de perderse entre la tropa, pero también participaron como benefactoras, como enfermeras, como agentes confidenciales y espías -es famoso el caso de Carmen Serdán-, como telegrafistas y educadoras desde la trinchera.

Las mujeres, coinciden los historiadores, desempeñaron muchos de estos roles y dejaron una huella indeleble en la iconografía de la lucha armada. Pero más allá de estos roles, muchas de ellas fueron pronto reconocidas por su valentía, su inteligencia y su gran capacidad estratégica para dirigir grupos rebeldes. En el norte, los batallones de mujeres fueron legendarios no sólo por su arrojo sino por su gran capacidad estratégica. Me refiero a las coronelas quienes, como Carmen Alanís, que tomó Ciudad Juárez con un batallón fundamentalmente masculino bajo su mando, son un auténtico símbolo de la fortaleza y el tesón de las mujeres.

Pero otro perfil, quizá aún menos conocido, es el de las mujeres como intelectuales de la Revolución. Destaca Juana Belén Gutiérrez de Mendoza, periodistas, poetisa y filósofa duranguense quien, desde periódicos como El hijo del ahuizote y el semanarioVésper, divulgó las ideas revolucionarias y feministas del grupo político al que pertenecía, encabezado por los hermanos Flores Magón. Se le atribuye, además, la fundación de clubes feministas al interior de algunas células revolucionarias. En 1907, por ejemplo, funda un grupo único -Las Hijas de Anáhuac- mediante el cual 300 mujeres se agruparon para demandar al gobierno mejores condiciones laborales y un cambio político de fondo. Sin su activismo, no se entiende el desarrollo posterior del feminismo mexicano y muchas de las conquistas conceptuales y legales que la Constitución de 1917 incorporó en beneficio de las mujeres. Destaca también Dolores Jiménez y Muro, periodista y educadora quien redactó el prólogo del Plan de Ayala, obtuvo el rango de coronel en las fuerzas zapatistas y creó el influyente grupo Las Hijas de Cuauhtémoc, mediante el cual mujeres de encumbrada posición social como ella trabajaron activamente en contra del Porfiriato. Fue una de las lideresas más visibles del Partido Liberal y una colaboradora eficaz de José Vasconcelos en su lucha contra el «Callismo». Desde la cárcel, a donde fue enviada por el régimen huertista, Jiménez y Muro creó el grupo Regeneración y Concordia, por el que proclamaba ya, desde 1914, una agenda de cambios de vanguardia para el mejoramiento de las condiciones “económicas, morales e intelectuales” de la mujer en el contexto de la Revolución.

Junto a ellas, Teresa Arteaga, María Arias Bernal, María Talavera, entre muchas otras, consiguieron dejar una impronta femenina en la lucha revolucionaria y colocar la equidad de género como un tema central en el ideario de los distintos grupos armados. Probablemente la lucha de las mujeres fue además uno de los temas centrales del movimiento democrático y antirreleccionista de la época. Su participación en el constitucionalismo fue también notable -Hermila Galindo fue una de las más férreas defensoras del feminismo y a la sazón secretaria particular de Venustiano Carranza- y la celebración de congresos feministas en distintos lugares de la República, como aquel celebrado en Yucatán en 1916, puso el dedo en la llaga: el derecho de la mujer a votar, ser votada y mejorar sus condiciones de equidad frente a los hombres. Por supuesto que la Constitución de 1917 no incorporó del todo estos reclamos. Sin embargo, las mujeres comenzaron a organizarse con seriedad y determinación para concientizar a la sociedad de la importancia de preservar sus derechos y de establecer una legislación que gradualmente ha venido acotando el machismo que aún no termina de erradicarse del todo de nuestra cultura política y cívica.

Por ello, el ideario de estas mujeres revolucionarias y de las feministas del constitucionalismo como Margarita Neri, Rosa Bobadilla, María Arias Bernal y Carmen Alanís, es más vigente que nunca y no debe marginarse del recuento histórico de lo que a los mexicanos nos enorgullece de la Revolución Mexicana a cien años de distancia.

Artículo publicado el pasado 20 de noviembre en Milenio Diario, estado de México

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